
El presidente Medina necesitaba un martillo para golpear a Leonel y lo encontró en Gonzalo
Por Manuel Soto Lara
Usar como martillo a un dirigente político, convirtiéndolo en precandidato presidencial, para golpear a otro es una socorrida lección que en los gobernantes parecen aprender fácil. No siempre los que sirven de martillo son tan ingenuos, ni los labradores tan listos.
Mi primer contacto con esa forma de maquinación política la tuve en 1999. Ocurrió en Panamá. Gobernaba el Partido Revolucionario Democrático (PRD). Ernesto –El Toro- Balladares era el presidente de la Republica. José Omar Torrijos, hijo del legendario general Omar Torrijos, lucía favorito para la lucha interna por la nominación presidencial. Pero no era del agrado del gobernante Balladares.
El PRD panameño tenía una segunda opción en el entonces Ministro de Desarrollo, Alfredo Orange Busto. Pero esta otra opción tampoco parecía convenir al presidente, que recién perdía un referéndum para reformar la constitución y reelegirse. Igualito que aquí.
El Toro Balladares, impedido constitucionalmente para reelegirse, quiso quitar las piedras del camino. Así mantendría el control del partido y la posibilidad de regresar al poder. Por el opositor partido panameñita se postulaba Mireya Moscoso, viuda del ex presidente Anulfo Arias, a quien el general Torrijos había derrocado del poder en 1968.
El Presidente Balladares necesitaba un martillo para golpear tanto a José Omar Torrijos como a Alfredo Orange Busto. Y lo encontró en su Viceministro de Gobierno y Justicia, Martin Torrijos, también hijo del general golpista.
Lo convirtió en precandidato ganador. Pero una vez fuera sus dos adversarios, ya Martín carecía de utilidad. Por eso “lo soltó el banda”. Mireya Moscoso se juramentaría como presidente de Panamá con 43 por ciento de los votos contra 37.
Danilo Medina fue martillo del entonces presidente Leonel Fernández para las elecciones del 2000. Siendo Jaime David Fernández Mirabal favorito en la lucha interna por la nominación presidencial del PLD, el entonces presidente, Leonel Fernández, patrocinó a Danilo Medina a esa nominación.
Una vez derrotado Jaime David, Danilo carecía de utilidad. Por eso, también “lo soltó en banda”. Hipólito Mejía, aunque con victoria pírrica, llegaría al poder. En la ocasión, Danilo Medina, que no se atrevió a reclamar en público la falta de apoyo del gobierno, se limitó a decir a sus seguidores: “yo hice lo que pude”.
Aunque tanto el presidente Ernesto Balladares como Leonel Fernández, salieron del poder con sendas crisis económicas y zarandeados por la corrupción, no lo hicieron para financiar a sus delfines. Por el contrario, los soltaron en banda.
El presidente Medina aprendió la lección. Ahora disfruta el aliciente agridulce de la venganza. Tal vez ahora Leonel tenga presente que “cuando la historia se presenta como comedia se repite como tragedia”. Casi 20 años después es Danilo quien golpea a Leonel usando a Gonzalo Castillo por martillo.
Hasta ahora, como se ha visto, todos los martillos han sido desechables. Un martillo ni se ama ni se odia. Relación hombre objeto. Los martillos son para golpear y solo sirven para eso. De ahí que ningún labrador haga sacrificios por un martillo que ya no necesita.
¿Será Gonzalo Castillo la excepción? ¿Lo ama Danilo Medina? O, simplemente, lo necesitaba para golpear a Leonel. Si es así, consumado ya el objetivo, en lo adelante tendrá, como sus antecesores, que volar solo, con sus propias alas.
Un labrador no quita la piedra del camino para dejarlo obstruido por el martillo. Por eso lo suben muy, pero a nadie como a ellos lo dejan caer de tan alto.
Los delfines, obnubilados por el éxtasis fascinante de su aventura, parecen no percibirse como incubadoras de proyectos presidenciales opositores. Se enteran de su derrota cuando les cuentan los votos. Sus labradores lo sabían antes; pero, por cuestiones propias de su oficio, suelen ser muy discretos. ¡Que buenos vientos lo guíen!