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Henry La pared (EPD), una pared con grafiti de amor

Por: Valentín Medrano Peña

Quisiera ser un hombre sin pasado. Un hombre de un presente eterno, de un hoy eterno renovable. Así nada dolería, pues el sufrimiento se agolpa en el pasado a poco de ocurrir el hecho entristecedor. Lo quiero y no lo quiero, pues el amor también va a una cuenta pasada y las causas por las que amar viven en el pasado, que es su hoy, sostén y razón del hoy de hoy, porque el hoy de hoy es consecuencia del hoy del ayer.

Cuando lo conocí ya era un preadolescente, un joven robusto que era como un clon de su hermano mayor. Para entonces no había desarrollado la envolvente personalidad que le hacía atractivo y amado. Yo era amigo de sus hermanos mayores y él no parecía coincidir en sus gustos e ideas. Solíamos sentarnos a escuchar canciones de Joan Manuel Serrat, Alberto Cortez y Víctor Manuel hasta que a Josefa, su hermana mayor, le abordaba el romanticismo y cambiaba radicalmente a Dyango y su ronquinea voz.

Él gustaba de otros gustos y de otras músicas por lo que casi nunca se sintió convocado.

Su casa era una casona grande de muchas habitaciones y muchos habitantes. Su madre Dolores era el alma y corazón de una hermosa familia matriarcal, y para cuando ocurrió mi primera incursión a la misma, era un lugar divertido donde hasta las discusiones propias de la vida familiar denotaban gracia y producían hilaridad. La amplia galería que daba a la calle principal fue escenario de sus primeros bailes y uno que otro juego de pelotas de gomas golpeadas contra la pared, que tenía la capacidad de fildear todos los lances hacia ella sin dejar pasar una sola pelota.

Henry, solo Henry se llamaba para entonces, y era un niño regordete con cierto fanatismo hacia su hermano mayor y con faldismo aún para con su madre Dolores, y un exacerbado amor y admiración por su padre, afamado entre los circunvecinos, conocido como Pedrito Alemán, apodado el Lindo. Alemán no era su apellido, era el apodo heredado de su padre.

De muy niño aún, Henry sintió afición por el deporte, y en el béisbol surcó camino similar a su hermano Pedro Julio Castillo, a quien apodaron El Índio, aquel de quien parecía una repetición tardía, y jugó la misma base que éste jugó originalmente antes de ser convertido en receptor, la tercera base, y fue tan bueno su desempeño que logró lo que había procurado por años, ser receptor de un mote, de un apodo que le igualara a su abuelo y demás ídolos: Alemán, El Lindo, Índio, Pelota, Fifa, y fue bautizado como La Pared, símil de aquella que no pifiaba una sola bola, la Pared, el nombre con el que no nació y que se superpuso al dado por sus padres.

Devenido en Henry la Pared, nacido a una nueva realidad y nuevo pacto con la sociedad que le vio nacer, Henry dejó de ser mucho de Henry para ser más de la Pared. Enflaqueció y convirtió en un joven hermoso y elegante. Con La Pared nació una nueva alma del colectivo, un ser grato y agradable, un dechado de virtudes, la alegría de sus conocidos, alma complementaria de las almas necesitadas, un ser raro, dado a los demás, que inspiró lo mejor de cada quien.

Era la alegría de sus aulas de estudio, toda una Revelación noventera admirada sus compañeros y maestros. Su talento le hizo ser bueno en todo cuanto quiso y aún en aquello que no procuró. Del béisbol al baile popular como frente de orquestas siendo parte de grupos de niños imitadores de los conjuntos merengueros, de ahí al baile de salón y al folklórico, y en todos siendo figura cimera que infundía a esas prácticas el mayor esplendor. La Pared, talento puro, se batió en escenarios y competencias resultando victorioso. Y luego continuó siendo parte esencial del arte contemporáneo regional participando como maestro de baile y coreógrafo folclorista. Se ganó el respeto y respetó todo cuanto ejerció y a cada relación. Cada amigo se sintió ser el mejor amigo, cada hermano sintió ser privilegiado con su amor, cada comunidad creyó recibir la atención que demandó. ¡Qué ser tan pleno!Pleno, talentoso y grato.

Jamás fui testigo de iras ni tristezas en su vida, debió tenerlas, debió tener muchas situaciones para llorar, causas por las que sufrir, razones para sumirse en el espanto y el dolor, de saberse humano, débil, acongojado, destruido, marchito, como nos deja, como me deja y parte el alma dejándome sin respuestas. Llorando, añorando un poco más de él. Triste, airado y sin él para hacerlo menos doloroso. Sin que aplaque como otrora cada dolor, sin su espíritu transformador de infortunios, dador de paz, de la paz que hoy disfruta en su descanso eterno.

Ahora quiero vivir en el pasado, donde él es un eterno presente, un hoy de ayer sin el dolor de hoy, una Pared donde chocan los dolores y sufrires, una pared sin lamentaciones, una pared con grafiti de amor, de un amor puro y sincero.

Una pared que ahora bordea vistosamente los altos cielos.

Henry F. Castillo Rodríguez (La Pared), EPD.

 

Publicado por Julio Benzant

Publicado por Julio Benzant

Periodista- Ciudadoriental.com; el primer periódico en Internet de Santo Domingo Este. CONTACTO juliobenzant@gmail.com
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