
La comunidad evangélica hace mutis ante el fracaso de los dos proyectos supremacistas que respaldaron
Por Robert Vargas / Opinión
Recuerdo perfectamente la enorme satisfacción que expresaba un pastor evangélico, muy apreciado por mi, cuando Donald Trump se encaminaba al éxito electoral en Estados Unidos.
Desde Santo Domingo Este, él le expresaba su admiración y entusiasmo. Era parte de esa ola que auspició la llegada al poder de un sector supremacista que, consideraban, podría cumplir con algunas de las señales de la segunda venida de su Dios a la tierra.
Ese pastor evangélico no se daba por nadie, mientras veía extasiado el triunfo de Trump y el respaldo que este le otorgaba al régimen sionista de Israel, al que sigue considerando como «el pueblo de Dios», a pesar de las masacres que comete contra los palestinos.
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El entusiasmo de mi amigo pastor evangélico, y de los demás como él, aumentó cuando en Brasil se instaló en el poder el presidente supremacista y ultraderechista Jair Bolsonaro.
Se trataron de dos victorias político-electorales sustentadas en un respaldo masivo de la comunidad evangélica.
En coincidencia, en República Dominicana dos ultraderechistas, uno de ellos hijo de un ex palero vinculado a las peores causas de este país, y otro hijo de un golpista, también alabaron la asunción al poder de Trump y Bolsonaro.
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En medio de la crisis política y social que vivió Estados Unidos con «la toma del congreso» por bandas supremacistas, el hijo del palero y el hijo del golpista, se rasgaron las vestiduras y disfrutaron del momento en el que el país del norte parecía que se encaminaba a una guerra civil.
Tanto Bolsonaro como Trump, los dos pupilos de la comunidad evangélica, demostraron ser dos fracasos totales: hundieron sus respectivos países y tuvieron un desempeño desastroso del manejo de la pandemia del nuevo coronavirus, por lo que lograron conquistar la repulsa mundial y de la mayoría de sus propios pueblos.
Sin embargo, ante esa brutal realidad, la comunidad evangélica local, mi amigo pastor incluido, han preferido hacer silencio y pretender que no se dan por enterado de lo que sucede.
Sus dos experiencias gubernamentales en el continente americano han sido dos desastres imposibles de ocultar.
Esto es importante tomarlo en cuenta porque, los evangélicos, apuestan por la toma del poder político, tal como lo han hecho durante siglos los católicos, quienes tienen una historia de vínculos con las peores tiranías y dictaduras sangrientas.
Estos sectores ganan cada día más cuotas de poder y, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Santo Domingo Este, tienden a otorgarles más beneficios, no necesariamente para bien del municipio.
Solo hay que recordar que en la pasada gestión del ASDE, un grupo de pastores fueron beneficiados con biblias que costaban más de cinco mil pesos cada una, mientras fondos de los contribuyentes son destinados a construir o reconstruir iglesias o parroquias.
Vistas así las cosas, quizás sería mejor que los mismos que en República Dominicana respaldaron las experiencias políticas de los Trump y los Bolsonaro se dediquen a «dar al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios».
Lo mejor sería que se dediquen a sus creencias de buscar almas que salvar para Cristo, y dejarle el trabajo terrenal a los políticos puesto que, vistas las dos experiencias evangélicas y las múltiples católicas, no parece que sea buena decisión vincular la religión con la política.
Con el fracaso de Trump y Bolsonaro, todos ellos guardan silencio, como si no tuvieran ninguna participación en esos desastres políticos.