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«Latota» de aquella mujer le sirve a Hipólito Mejía para conectar con sus seguidores

Por Robert Vargas
Cada político tiene su «encanto» para cautivar a sus seguidores y motivarlos a la acción.

El de Leonel Fernández es su enorme capacidad para capturar la atención de quienes, como él, «conceptualizan».

Mucha gente del pueblo sostiene que no lo entienden, pero lo consideran un «tremendo» porque «habla bonito» y demuestra que es «inteligente».

Danilo Medina se vendía, y se vende aún, por su aparente sencilléz en el trato con las personas. Con esto suple con creces las habilidades discursivas de Leonel.

A José Francisco Peña Gómez lo admiraban por su energía, su defensa de las libertades y por su vozarrón de trueno, con la misma que anunció el inicio de la Guerra de Abril de 1965; y la misma que Balaguer prohibió que fuera escuchada durante algún tiempo en la radio y la televisión nacional.

El caso de Hipólito Mejía es llamativo. Su lenguaje coloquial encanta a la gente de pueblo que le escucha.

Él les habla como un campesino y sus seguidores les compran su discurso.

¿Por qué lo entienden?

Porque la mayoría son campesinos, como él. O hijos de campesinos.

Hipólito no anda con palabras rebuscadas en diccionarios con las que aparentar que es más inteligente que el resto de los mortales. Su voz no es aflautada ni engolada.

Al contrario, él arranca carcajadas cuando narra la anécdota aquella  mujer (real o imaginaria)  que le dijo al entonces presidente Joaquín Balaguer que, gracias al acueducto que su gobierno construyó, las mujeres de ese pueblo no buscarían más agua en «latita» sino en «latota».

Esa forma coloquial de hablar de Mejía se la censuran sus adversarios, pero esa es una de sus ventajas. La gente lo entiende.

Puede hablar con la gente sencilla de la calle, aquella que «no conceptualiza» y solo lee los titulares.

No solo eso, sino que aprovecha esa cualidad suya para burlarse del estilo refinado de hablar de los peledeístas al comparar lo que dicen con lo que hacen.

Mejía logra que sus escuchas rían de buena gana cuando parece imitar a Leonel Fernández o a los peledeístas.

El ex presidente salpica sus discursos (conversaciones) con anecdotas reales o inventadas de su niñez y su juventud, que son comunes a la mayoría de quienes le escuchan en esos barrios y campos.

Él se dirige al subconsciente de cada uno para hacer vibrar sus fibras más sensibles.

Hablándoles con sencillez, los atrapa descuidados y le llena la cabeza con sus ideas.

Hasta se muestra convincente cuando dice que si en su juventud no robó, menos lo hará ahora que es «un viejo no tan viejo».

Entonces refuerza sus conceptos diciendo que gobernará teniendo como prioridad a la juvetud y a las mujeres, aunque la mayoría de quienes le escuchan, muchas veces, son unos «viejos robles» que lucen cansados y la piel golpeada por tantos años en la oposición.

Esa forma coloquial y campechana es una gran ventaja para Mejía, sobre todo cuando se le compara con la cúpula dirigente del PLD que se exhibe culta y fina en los discursos, pero que la gente la percibe como excesivamente corrupta.

Mejía visitó la semana pasada el sector Los Frailes, en Santo Domingo Este,  y allí anunció su decisión de recorrer el país y quiere que quienes lo siguen haga cada cual su parte para ganar «mucho a poco».

Sus interlocutores parece que lo entendieron.

El futuro no lejano dirá si le comprarán su discurso, sobre todo, después que lo comparen con la parte final de su gobierno (2000-2004).

De todas maneras, Hipólito Mejía es un político digno de estudio por la sociología.

A Juan Bosch, que hablaba de «tutumpotes» e «hijos de machepa» le dio los resultados que quería aunque una gran parte de sus discípulos parece que lo han decepcionado, cuando no, traicionado.

 

 

 

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