
De Lilís a Danilo: una analogía histórica arrítmica
Por José L. Vásquez Romero
Entre el dictador Ulises Heureaux (Lilís) y el presidente Danilo Medina, hay en esencia, similitudes y semejanzas inocultables. A pesar de la distancia temporal que los separa, ambos gobernantes han ejercido el poder sobre la base de una serie de estratagemas y malas artes, que superan la imaginación de quienes les suponían incapaces de maniobrar en forma desleal y artera, en contra de un conjunto de principios y valores políticos, concebidos por los fundadores de sus respectivos partidos (Gregorio Luperón y Juan Bosch).
Lilís y Danilo: poderes hijo de la perversión
Ambos mandatarios erigieron sus poderes sobre estructuras jurídicas, hijas de la perversión y vulneración de las normas democráticas e institucionales más sagradas del Estado dominicano. Todo para dar paso a sus desmedidas ambiciones continuistas, en detrimento además, de las normas partidarias y del derecho de sus compañeros a aspirar; algunos de los cuales como Casimiro Nemesio de Moya y Generoso de Marchena, en el caso de Lilís; y Leonel Fernández, en el caso de Danilo Medina, fueron víctimas de la destrucción, al representar rivales políticos internos peligrosos, que pugnaban con los proyectos caudillistas de sendos gobernantes.
Del personalismo al caudillismo
Ahora bien, la aplicación de estilos personalistas con matices caudillistas, en el ejercicio del poder, en la República Dominicana, es una rémora decimonónica y del siglo XX, de factura santanista, baecista, lilisista, cacerista, trujillista y balaguerista. En tal sentido podría preguntarse: por qué si Ramón Cáceres fue al igual que Danilo medina un dictador constitucional, y está más próximo en el tiempo, no se le comprara con él? La respuesta es sencilla; a pesar de que ambos han sido artífices de dictaduras constitucionalizadas, las cuales ejerció Mon Cáces, y ejerce Danilo abusivamente con las respectivas diferencias de estilo, en razón de la época y de las circunstancias, son incomparables. Debido a que el gobierno encabezado por el presidente Ramón Cáceres (1906-1911), se caracterizó por la honestidad, la transparencia, la honradez, la escrupulosidad y la austeridad; mientras que el gobierno de Danilo medina representa todo lo contrario, en los distintos renglones señalados.
Autoritarismo
De igual manera, el estilo autoritario es, en cierto modo comprensible, en el contexto del siglo XIX, ante el escaso -o ningún grado de tradición democrática-, que permitiera un desempeño gubernamental apegado a las reglas de la institucionalidad y el respeto a las normas. Es decir, a pesar de todo lo avanzadas y progresistas de las ideas liberales que dieron sustento al surgimiento del Estado, concomitantemente con la figura jurídica de la República, la formación económico-social del pueblo dominicano, caracterizado por prácticas de subsistencia y una economía capitalista mercantil simple, era imposible instaurar instituciones democráticas que armonizaran con el espíritu de las leyes, que siempre fueron superadas por la realidad y la práctica de una sociedad emergida de las noches tenebrosas de la esclavitud patriarcal, y de las guerras patria e intestinas, como una impronta inseparable de la práctica política y social.
En consecuencia, la pertinencia política de regímenes despóticos como los de Santana, Báez y Ulises Heureaux, se inscribe en el marco de una realidad social, que no dejaba otra opción que el ejercicio autoritario del poder, en tanto mecanismo coercitivo indispensable, para someter a la obediencia a quienes mantuvieron un permanente clima de agitación guerrillera desde mediados del siglo XIX, hasta que el látigo del tirano Heureaux se enseñoreó del escenario político nacional, manteniendo arrodillada a la sociedad hasta el día de su defenestración.
Ahora bien, tras la ocupación militar estadounidense de 1916, y la instauración de una dictadura que permaneció por ocho años, desaparecieron en el país las rebeliones caudillistas. El gobierno de Horacio Vásquez, surgido en el año 1924, luego de la transición de dos años encabezada por el hacendado Juan Bautista Vicini Burgos, y la consiguiente retirada de las tropas estadounidenses del territorio dominicano, garantizó un clima de gobernabilidad, aunque sujeto a los intereses del imperio del Norte. Luego, Rafael Leónidas Trujillo Molina, mediante el golpe de Estado contra Vásquez, impuso la paz sangre y fuego, durante más de 31 años de dictadura. Era en esencia, lo que deseaba Estados Unidos, como condición indispensable para preservar los intereses geoeconómicos y geopolíticos, en la República Dominicana y el hemisferio caribeño.
Luego de la dictadura de “El Jefe”, del golpe de Estado contra Bosch, la reedición del autoritarismo encabezado por el Triunvirato, y el consiguiente estallido de la Guerra de Abril del año 1965 y la intervención de las tropas estadounidenses, surge el régimen de 12 años encabezado por Joaquín Balaguer, el cual justificó la represión y la criminalidad políticas, como única garantía de gobernanza, ante la amenaza revolucionaria constante, heredada de la rebeldía acumulada por la juventud, durante la dictadura trujillista y la citada ocupación de las fuerzas de infantería de la marina de guerra del ejército anglosajón.
Con la caída del régimen balaguerista, en el año 1978, advino de nuevo la democracia, encabezada por sucesivos gobiernos perredeistas, en medio de los cuales hubo dos nuevas incursiones de Balaguer, siempre matizadas por un estilo conservador, aunque con cierto aire liberal, forzado por las circunstancias.
Ahora bien, el surgimiento y consolidación en el poder del Partido de la Liberación Dominicana, ha traído más sorpresas autoritarias que soluciones democráticas; frustrando una vieja aspiración de la sociedad, y dejando pendiente una remota deuda de la partidocracia, que se pensó quedaría definitivamente saldada con el ascenso al poder del partido fundado por Bosch en 1873. Pero no. Hoy el autoritarismo se ha reeditado y enseñoreado en las distintas instancias de poder, con más saña que nunca antes; vulnerando todas las normas democráticas, en una sociedad hastiada y harta de caudillos, hijos de la mediocridad y la desconfianza en los métodos y mecanismos democráticos, necesarios para alcanzar y mantener el poder político.
Entonces, dónde hallamos la analogía, históricamente arrítmica, entre el dictador Ulises Heureaux y el presidente Danilo Medina? Paso a responder ésta extraña similitud entre dos mandatarios, que a pesar de estar separados por dos siglos, en el contexto de los cuales predominaron en el mundo y en el país, paradigmas totalmente diferentes, en el ordenamiento jurídico-político, aún se mantienen estilos y prácticas conservadoras, caracterizadas por un ejercicio gubernamental basado en el personalismo, la centralización, la tolerancia y la protección a la corrupción, traducida en impunidad, y concebida como filosofía de poder.
Esencias del lilisismo.
Ante todo es preciso saber que, Lilís fue el producto histórico de una formación social y de circunstancias políticas especiales, comprensibles desde el punto de vista del carácter marcadamente militarista y caudillista del siglo XIX. De modo que, Hilarión Lebert (Ulises Heureaux o Lilís), incursionó con extremo dramatismo en la vida política del país, viéndose precisado a destruir la obra de su maestro y protector, General Gregorio Luperón, a quien persiguió y desterró, procediendo posteriormente a destruir el partido liberal o Azul, fundado por el héroe de la Restauración.
El Partido Azul, de inspiración nacionalista, fue el resultado histórico de las luchas patrióticas de la pequeña burguesía dominicana, contra el autoritarismo y el conservadurismo santanista y baecista, partidarios de la anexión y toda forma de enajenación colonialista del pueblo dominicano. De manera que la destrucción del líder del Partido Liberal y del propio partido, allanaron el camino hacia la dictadura y el despotismo lilisista, en cuyo ejercicio gubernamental no conoció límites ni escrúpulos de ninguna índole.
Pero Lilís no solo maniobró contra Luperón y su partido, sino también contra todo rival interno y externo que representase un obstáculo contra sus planes totalitarios. Por eso persiguió y destruyó a Generoso de Marchena, y a Casimiro Nemesio de Moya, quienes encabezaron rebeliones en su contra, luego de ser víctimas de fraudes en los que, en el caso del último, le robó las elecciones internas de 1886, ganadas ampliamente por De Moya, un ilustre vegano, de reconocidas luces intelectuales, y espíritu democrático. Además es resaltable el hecho de que, Luperón cometió el error de apoyar las aspiraciones continuistas de Heureaux contra De Moya, dado que durante su primer mandato (1882-1884) el tirano no mostró su verdadera naturaleza despótica.
Fue en el contexto de esta coyuntura, caracterizada por cruentas luchas internas, que se consolidó, en la República Dominicana, una de las dictaduras más sanguinarias y corruptas de la historia republicana. Pero dado que la analogía se establece en el plano de la vulneración de derechos y los actos de corrupción propios de ambos gobernantes, nos limitaremos a destacar estos aspectos.
Durante la administración de Heureaux, las maniobras fraudulentas tuvieron una variada tipología, que incluyó desde la creación de compañías portuarias fantasmas, hasta la sustracción de fondos de las bóvedas de instituciones bancarias extranjeras, como el Banco Mobiliar Francés, primera empresa financiera que elaboró una moneda dominicana de circulación nacional. Dichas medidas extremas tenían la finalidad de favorecer a la compañía estadounidense Santo Domingo Improvement Company of New York, la cual le garantizaba mayores beneficios que las compañías financieras de origen europeo.
De forma que, el endeudamiento externo representó el principal mecanismo de corrupción y enriquecimiento del tirano, lo cual fue motivo de una permanente agitación y perturbación social protagonizada por los sectores progresistas y liberales del país, hasta su decapitación en el mes de julio de 1899. De manera que en las postrimerías del siglo XIX, se creyó cerrado el ciclo de las dictaduras, hasta que se reeditó con R. L. Trujillo Molina (1930-1961), y se replicó durante los doce años de Balaguer.
Fundamentos del danilismo.
Este gobernante es el artífice de un modelo de gestión basado en una concepción neo-maquiavelista del poder; emplea y justifica la corrupción y la dilapidación de los recursos financieros del erario, como una práctica inherente a la naturaleza de la actividad política; falsificando de manera deliberada el auténtico rol del/la servidor/a público/a, y provocando con tal actitud un doble daño a la sociedad dominicana: primero, al disponer a su antojo de los fondos del Estado para fines de enriquecimiento personal del séquito peledeista, contribuye a generar un mayor grado de empobrecimiento de las mayorías carenciadas; segundo, al justificar y defender dichas prácticas corruptas como actos lícitos y propios de una labor gubernamental democrática, se va creando un estado de confusión, alienación y deformación en las estructuras mentales de una sociedad, en la que la mayoría de sus ciudadanos/as no tienen el adecuado nivel de discernimiento, entre la verdad y la mentira, debido a su escaso grado educativo. La implementación de ésta concepción distorsionadora de la correcta función del/la gestor/a público/a, se ha realizado mediante una envestida brutal e indiscriminada, a través de los medios de comunicación e información masivos, la mayoría de los cuales han sido puestos al servicio del gobierno para justificar las maniobras fraudulentas del Partido-Estado, en que ha devenido el PLD. Y que se ha consolidado en las dos gestiones del presidente Danilo Medina.
En consecuencia, la “arritmia histórica” que representa la analogía que se halla entre Lilís y Danilo reside en el hecho de que, a 130 años del ajusticiamiento de aquél déspota, lo más lógico sería que los regímenes de la alborada del siglo XXI, encabezados por el Partido de la Liberación Dominicana, observen un comportamiento diametralmente opuesto al esquema autoritario y dictatorial, aplicado por un troglodita como Heureaux, que todo lo que tocó lo prostituyó/o lo destruyó; incluyendo el propio partido que le sirvió de plataforma, para ascender al poder, y destruyó, como vimos, al líder que le confió las riendas de su partido y del poder.
Similar a Lilís, el presidente Danilo Medina ha capitaneado el proceso de desarticulación y supresión de las conquistas democráticas alcanzadas por el pueblo dominicano hasta el arribo del PLD al poder.
En éste proceso de inspiración, a todas luces totalitario, en el que se ha consolidado una dictadura constitucional perfecta, al pueblo dominicano no le queda otra alternativa que resistir desde cualquier flanco y en todos los escenarios, para revertir un proceso anti-histórico, que no podemos ni debemos aceptar impasibles y apacibles. Para desarrollar ésta patriótica misión, debemos organizarnos en las instituciones políticas opositoras y contestatarias de nuestra preferencia, pero de ninguna manera podremos permanecer indiferentes, frente a un drama nacional que demanda urgentemente el concurso de todos/as, si queremos salvar las escasas conquistas democráticas alcanzadas a un alto precio en sangre y sudor.
Esta es la actitud pertinente, toda vez que los cimientos y los instrumentos democráticos han sido destruidos por Danilo, tanto en su entorno, como fuera de él. Es decir, el actual gobernante dominicano concibió un diseño estratégico, en el que fue preciso inhabilitar a todos los potenciales rivales dentro y fuera del PLD. Por eso pagó el precio requerido por Miguel Vargas Maldonado, presidente del otrora poderoso Partido Revolucionario Dominicano, para obtener su adhesión, quedando descartado para siempre como opción presidencial. Concomitantemente, el presidente articuló un proceso de justificado descrédito contra su principal competidor interno, el Dr. Leonel Fernández, a fin de desacreditarlo ante la opinión pública nacional e internacional, quedando solo él en el escenario, como carta de triunfo.
Como se dijo, el mismo método de avasallamiento empleado por Lilís contra sus opositores internos, Generoso de Marchena y Casimiro Nemesio de Moya, lo utilizó Danilo contra Leonel Fernández, en aras de despejar el camino, hacia su eternización en el poder. Y si no hizo lo mismo contra otros opositores internos se debió al hecho de que no fue necesario. Entonces la presencia de Medina en el gobierno constituye más que una amenaza, la realidad de un déspota, aunque no ilustrado, debido a la falta de ciertas luces intelectuales, por lo menos de un “caudillo de la post-modernidad”, al servicio del neoliberalismo, con indiscutibles cualidades de “sátrapa”, dado la astucia con que ha jugado y vencido, en el complicado tablero de ajedrez político dominicano.
En conclusión, el uso del Estado como botín, en aras de privatizar la actividad, política, se ha convertido en la norma del gobierno de Medina, al igual que ocurrió con el déspota Lilís durante el siglo XIX. De igual forma, lo mismo que aquél hizo con la obra más preciada (el Partido Azul), del héroe de la Restauración, General Gregorio Luperón, lo hizo Danilo con la obra más atesorada por el profesor Bosch: “el PLD”, cuyas esencias ideológica y filosóficas, bajo las cuales fue concebido como partido progresista, fueron extirpadas, y reemplazadas por un pragmatismo de arrabal y deshumanizante, que destruyó los cimientos fundacionales de lo que otrora fuera una institución política, aunque nunca democrática, cuando menos tuvo cierto aire de decencia, honestidad, dignidad y escrupulosidad. Pero ahí, ya todo está perdido.
La escogencia de las cortes electorales.
Sobre la base de éste nuevo proceso, el Partido-Estado representado por el gobierno de Danilo Medina, pretende reeditar las condiciones pseudo-jurídicas que, en las elecciones pasadas, le permitieron maniobrar para retener el poder, en unas elecciones sin transparencia y a todas luces fraudulentas. Preservar el control de los organismos electorales, es hoy, una de las ambiciones más elevadas del oficialismo; impedirlo, para evitar el colapso de la democracia, es el papel de la oposición política dominicana. Y no hacer los esfuerzos necesarios, orientados a garantizar una composición imparcial y equilibrada, de las instancias electorales, dotadas de la suficiente credibilidad y fe públicas, constituye el mayor desafío en la presente coyuntura para la oposición.
Permitir que el PLD instaure en este nuevo periodo, instituciones electorales tipo sello gomígrafo, mediante la mayoría mecánica del Senado de la República, haría cómplice a la oposición de la confirmación de semejante atentado antidemocrático. Ya sea por medio de la ratificación de los jueces actuales, o a través de otros que obedezcan las directrices del PLD.
Por tanto, sin presunciones de oráculo, puedo preconizar un futuro cercanamente sombrío, para el clima de gobernabilidad dominicano, si el partido de gobierno insiste, y logra imponer su absurda voluntad en la elección de los jueces de las cortes electorales.
Aunque la experiencia histórica no representa una bola de cristal, que permita predecir con exactitud las consecuencias desencadenadas por comportamientos políticos, que colman la paciencia y los límites de tolerancia de los pueblos, víctimas de la opresión y el abuso, es posible advertir las repercusiones de ciertas prácticas históricamente concatenadas. Según lo sustentado por el erudito Eric Hobsbawn, considerado el historiador más importante del siglo XX, bajo determinadas condiciones sociales objetivas, acontecen con -“cierta regularidad”- hechos de indiscutible similitud.
Por tanto, no sería muy aventurado preconizar, hipotéticos estados de empoderamiento social por parte de segmentos poblacionales dominicanos, tradicionalmente oprimidos, o afectados por la crisis estructural que lacera a las clases media y baja del país, así como a la pequeña burguesía.
Estos sectores, en su momento, han sabido responder, conforme a lo que mandan las circunstancias, provocando con su accionar reajustes importante en los paradigmas económico, político y social. Además, si partimos del carácter cíclico de determinados tipos de acontecimientos, se observará que, la sociedad dominicana ha agotado el discurrir de casi dos generaciones, sin que se hayan producido reajustes sociopolíticos importantes.
Claro está, en la República Dominicana se arrastra una elevada deuda social con los sectores populares, la cual fue contraída desde la proclamación de la Independencia nacional y la Restauración de la República en 1844 y 1865 respectivamente. Desde entonces, los segmentos sociales más desposeídos de la sociedad dominicana, aguardan por la instauración en el poder de un modelo redentor y emancipador que conduzca a un estado de superación de las condiciones ancestrales de pobreza material, padecida en un país en el que sus autoridades monetarias afirman, que la economía mantiene un crecimiento sostenido por encima del 7% de su PIB.
Es justamente ese pueblo, empobrecido hasta el dolor, el artífice del estado de bienestar que pregonan las autoridades actuales, mediante la generación de riquezas a través de la historia. Es ese el mismo pueblo, el garante de las victorias más heroicas, en desiguales luchas contra los imperios más poderosos del planeta; al extremo de haber sido reconocido mundialmente, como el que más sangre, per cápita, ha derramado en la lucha por su libertad, su soberanía y su independencia. Sin embargo, al ser acaudillado por déspotas sin el menor compromiso con la causa de las mayorías desposeídas, su esfuerzo ha sido canalizado a favor de las oligarquías nacional y transnacional, las cuales lo han capitalizado para su provecho, en complicidad con los gobernantes del momento.
Entonces, en el marco de un esquema de gestión como la ejercida por el Partido de la Liberación Dominicana, lo más lógico es que en el país se cierre un ciclo histórico, caracterizado por prácticas políticas obsoletas, conducentes a la profundización de la marginalidad económica y social. A pesar de la cosmetología impregnada a un gobierno de poses, que en esencia, solo se preocupa por la preservación e implementación del bienestar de las minorías enriquecidas, a costa de los recursos del erario o de las facilidades, prebendas y canonjías otorgadas a sus adláteres, en el contexto de un esquema, en el que predominan el tráfico de influencias, el soborno, la evasión de impuestos y la impunidad. De manera que, el PLD representa una reedición ampliada, y más lesiva aún a los intereses de las mayorías, que su antecesor Balaguer, quien encarnó la prolongación y sobrevivencia del trujillismo.
No obstante, se percibe que, a pesar de la obnubilación y la embriaguez del peledeismo gobernante, nada ni nadie impedirá que, si persisten en la sórdida actitud de ignorar el clamor social de transparencia y legitimidad institucional, el país estaría a la puerta de una crisis de gobernanza, que podría conducir a un despeñadero de impredecibles e imprevisibles consecuencias. Incluyendo la posibilidad del colapso del maltrecho ordenamiento institucional vigente.
A modo de conclusión debe afirmarse que, la modalidad de opresión política y social ejercida por el peledeismo, sintetiza la experiencia autoritaria de tres siglos. Su éxito deriva de la capacidad que han tenido sus mentores, para disfrazar el carácter dictatorial de sus medidas con una máscara democrática que se les está diluyendo; y los recursos del Estado, para prostituir y comprar voluntades a cualquier precio. En tal sentido, un claro indicador de su declive radica en el hecho de que, importantes sectores democráticos, progresistas y conservadores, han abandonado el proyecto gubernamental, lo cual es un factor -entre otros tantos- que augura el final de su hegemonía de inspiración absolutista; muy a pesar de que, producto de las prácticas fraudulentas con que intentan legitimarse y perpetuarse en el poder, parecen más consolidados que nunca.
Este modelo enfermo ha iniciado un proceso de declive irreversible, llegando a hacer metástasis en sectores tan importantes como la justicia, donde la podredumbre y el olor nauseabundo son más notorios que en cualquier otra esfera; comparable solo a las estructuras electorales, que no son más que especies de mercados negros, de negocios soterrados e ilegales.
No obstante, ya la rebelión social empezó a hacerse sentir mediante la voz autorizada del empresariado, e importantes sectores de la sociedad civil, que han comprendido el peligro de que el país siga siendo conducido a un abismo, al que solo tienen cabida los corruptos. De modo que la “patente de corso” con que actúa y trafica el funcionariado peledeista parce haberse vencido, sin posibilidades de renovación, pues el circo de engaño al que ha sido sometida la sociedad, no seguirá siendo tolerado por ésta dado que: mientras el Senado incrementa a su salario trecientos veinte mil pesos (RD 320,000.00), un/a médico/a, sigue percibiendo treinta mil pesos (RD 30,000.00); y para colmo el gobierno se niega a aumentarles. Nótese que, el incremento que se auto-aprobaron los legisladores, ascendente a setenta mil pesos (RD 70,000.00), equivale a más del doble de lo que gana un profesional de la medicina. Esto cual es abominable, indignante, aborrecible, bochornoso, vergonzoso, y ruborizante.
Entonces, el desafío es resistir hasta cambiar éste orden injusto e inequitativo, hoy que los vientos del hemisferio y del país soplan a favor de la transparencia democrática. Y en éste contexto, agobiado por una crisis de carácter ético-moral de la que los peledeistas no podrán reponerse, la alternativa es contribuir a empoderar a la ciudadanía por todas las vías a nuestro alcance, hasta derribar el imperio de la corrupción y la impunidad. Además, las autoridades solo pueden defender mediante la fuerza, pero jamás sobre la base del convencimiento y la razón.
7 de septiembre, 2016.