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El precio de la libertad

Por Guillermo Dipre Cuevas
La fábula que les voy a narrar compara la lucha de los animales con el objetivo nuestro de adquirir libertad.

Mi tío Aníbal trabajaba un pedazo de tierra comunera en la que criaba unas cuantas vacas y puerco; su crianza de cerdo crecía aceleradamente ya que él tenía el único puerco de encate del paraje y por todas las puercas que le llevaban para encatar debían darle un marrano.

Cierto día y sin avisar, una enfermedad terrible llego a sus predios y poco a poco fue terminando con todos los cerdos quedándose solamente una puerquita que se la acababan de llevar en esos días.

Recuerdo que, aunque él esperaba que la marranita moriría contagiada de la enfermedad, la bautizo con el nombre de “Dichosa”.

Al Dichosa quedar sola y recién nacida, Aníbal no encontraba qué hacer con ella y se la llevó a su Señora para quien era imposible mantener un animal tan cochino dentro de la casa. Por dos días esta logro soportar a Dichosa y se la devolvió al marido amenazando con botarla si se lo dejaba.

El pobre hombre, entristecido, la tomó entre sus brazos sin saber que hacer con el animalito y mientras caminaba sin dirección alguna se acodo de Amparo, la vaca que era la madre de todas las cabezas de ganados que tenía hasta ese momento.

Amparo había abortado hacia poco y quien sabe si adoptaba a Dichosa.

Esa brillante idea le subió el animo al pobre y desvalijado hombre quien con pasos firme se dirigió a Amparo y le hablo como le había hablado a la mujer cuando le solicitó que lo ayudara con la huerfanita Dichosa.

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Amparo, que reposaba remacando sus alimentos, se paró repentinamente, bramó y se sacudió como si fuera a atacar al pobre viejo con la criaturita en las manos. Y vaya que tremendo susto que se llevó Aníbal. Pero el instinto maternal de este gigante animal hizo cambiar la escena de inmediato y volviéndose a las manos del nervioso y deshilachado dueño empezó a lamer la dichosa criatura.

Don Aníbal como le decían los desconocidos, cuando querían engañarlo, puso a Dichosa en la tierra y a partir de ahí se convirtió en la hija perdida de la vaca Amparo.

La puerquita paso unos meses muy segura con Amparo ella la protegía de las demás vacas que las acarreaban y la pateaban. Los demás hijos e hijas de esta vaca líder no soportaban que Dichosa comieran cosas que ellos no comían como las frutas de los palmares, ni que se bañara en el lodo y menos soportaban su diminuto tamaño. Pero a la verdad Dichosa había crecido y ya hasta le coqueteaba a los becerritos a ver si le hacían el amor y estos la utilizaban para entrenar acarreandola y dándole cabezazo y patadas.

Aun así, Dichosa no entendía que estaba en el sitio equivocado hasta que alguien convenció a Aníbal de que Amparo no pariría jamas.

Fue así que este decidió venderla sin pensar en ningún momento en el destino de Dichosa.

Un día por la tardecita se llevaron a quien representaba la vida de Dichosa, esa noche no durmió, pero eso no fue lo grande. Desde la salida del sol los animales del corral empezaron una atroz persecución contra la pobre puerquita, por lo que esta decidió correr para no morir por un cuernazo de un toro aburrido, asi que abandona lo que había sido su vida y sale buscar nuevos horizontes corriendo al corral mas próximo. Y vaya sorpresa al descubrirla fue perseguida de inmediata por los habitantes de esos predios, unos chivos, que la hicieron regresar hasta la frontera de su lugar de origen.

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El susto fue grande, pero estaba decidida a morir intentado hallar su libertad y no morir en los cuernos de un toro aburrido. Así que se la ingenio para llegar al predio siguiente para encontrarse con algo que ella nunca había visto, una inmensa población de ovejas que, aunque no la persiguieron, dieron la voz de alarma y fueron unos aguerridos perros los que la persiguieron, mordieron y por poco hasta se la comen pensaría ella por lo que corrió y corrió hasta llegar de nuevo a la frontera de su salvador, don Aníbal. Ahí se escondió en un pantano hasta reponerse y poder emprender su viaje a la libertad. No podía salir ni a buscar alimento para no ser vistos por las vacas.

De nuevo emprendió viaje, ahora con mas precaución, y entre correr y esconderse llego al siguiente predio y se escabullo sigilosa para estudiar el panorama y viendo que era una área lleno de alimentos y con abundante agua y sombras creyó encontrar el paraíso. Por fin comió, bebió, se revolcó y se puso a descansar con toda tranquilidad. Pero un ruido terrible la despertó y se vio perseguido con tiros de escopeta. Solo que ahora el instinto no lo llevo a devolverse sino a avanzar apresurada al predio siguiente donde encontró una gran población de cerdo y conoció a su madre y familias y muy pronto encontró un macho que la preñó logrando todos sus sueños.

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