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En la izquierda: Ser independiente no es una estrategia

 Por Felipe Lora Longo

La independencia que no se convierte en organización no es rebeldía: es comodidad política.

Carta abierta a los revolucionarios de brazos cruzados

En la República Dominicana, una parte importante de quienes se asumen como revolucionarios se definen hoy como independientes. No militan en organizaciones, no se integran a estructuras colectivas estables y, en muchos casos, observan la política desde la distancia crítica.

Esta carta no busca descalificar esa condición.
Busca interrogarla políticamente.

Porque la pregunta es inevitable y debe formularse sin rodeos:
¿qué mérito revolucionario tiene ser independiente si esa independencia no produce organización, poder ni transformación real?

La independencia política puede ser una virtud cuando sirve para romper el dogmatismo, superar el sectarismo y abrir caminos nuevos. Pero cuando se convierte en inmovilidad, cuando funciona como excusa para no asumir tareas, para no organizar, para no comprometerse con procesos concretos, deja de ser una posición política y pasa a ser una forma elegante de la parálisis.

Durante los últimos diez o quince años, mientras el poder reorganizaba el territorio, profundizaba el despojo y vaciaba de contenido la democracia local, miles de revolucionarios independientes analizaron, criticaron y diagnosticaron… pero no construyeron estructuras duraderas de poder comunitario.

No porque no fuera posible.
Sino porque se asumió —explícita o implícitamente— que ese trabajo era menor, que no valía la pena o que no conducía a “la verdadera transformación”.

Hoy el resultado está a la vista: comunidades desorganizadas, ayuntamientos sin control popular y una izquierda socialmente inexistente para amplios sectores del pueblo trabajador.

Conviene decirlo con franqueza:
La independencia que no se convierte en organización produce irrelevancia política.

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Durante años hemos repetido una idea que sigue siendo válida, también para los independientes:

Si usted se acuesta sin saber cuál es su tarea política concreta, cuál es su objetivo y cómo esa tarea contribuye al objetivo final, entonces no está haciendo política revolucionaria: está ocupando tiempo.

No se trata de obligar a nadie a ingresar a una organización específica.
Se trata de comprender una verdad elemental de toda lucha popular:
Sin organización no hay poder, y sin poder no hay cambio.

El pueblo no necesita más opiniones sueltas ni más diagnósticos brillantes en redes sociales. Necesita presencia real en los territorios, trabajo sostenido en comunidades, juntas de vecinos, comités locales, espacios donde se aprende a decidir colectivamente y a confrontar al poder.

Hoy existe incluso un marco legal —limitado, contradictorio, pero real— que permite disputar poder desde abajo: cabildos abiertos, participación comunitaria y la lucha por hacer vinculante la decisión popular. Ignorar esas posibilidades no es radicalidad. Es abdicación política.

Un llamado necesario

A los revolucionarios independientes les decimos esto sin desprecio, pero sin indulgencia:
La historia no preguntará cuán lúcido fue tu análisis,
sino qué construiste cuando todavía era posible hacerlo.

Este no es un llamado a abandonar la independencia crítica.
Es un llamado a transformarla en independencia militante.
A pasar del comentario a la acción,
de la denuncia a la organización,
del aislamiento a la construcción colectiva del poder comunitario.

Si no quieres seguir a nadie, organiza a los demás.
Si no confías en las estructuras existentes, construye nuevas.
Pero no confundas independencia con inacción.

Cierre navideño, pero político

En estas fechas se habla mucho de esperanza.
La única esperanza revolucionaria real es el pueblo organizado decidiendo sobre su propio destino.

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El próximo año puede ser uno más de análisis estéril…
O puede ser el inicio de una etapa distinta.

La decisión —esta vez— no es teórica.
Es práctica.

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