Por Robert Vargas
Aquel hombre de aspecto bonachón y juguetón, Joaquín Hilario, está hoy intensamente triste. De hecho, le he escuchado llorar de manera desconsolada como si él fuera un niño.
Sus palabras le brotaban entrecortadas y, a duras penas, podía entenderle.
No encontraba cómo decirme que su madre, María Hilario Dolville, está ingresada desde anoche en un centro sanitario aquejada de fuertes quebrantos de salud.
Ella no está bien y los pronósticos no son nada buenos.
En ese contexto, Joaquín Hilario está apelando a quienes le conocen que hagan una cadena de oración por la salud de su madre, aquel tronco familiar que levantó a su familia con grandes sacrificios.
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Nunca había percibido a Joaquín Hilario con miedo, pero el temor de perder a la madre lo ha desplomado.
Se trata de aquella de mente lúcida, siempre sonriente y cariñosa a la que Joaquín visita cada tarde en su vivienda en una de las urbanizaciones que crecieron alrededor del barrio Los Tres Brazos.
Hoy, Joaquin está pidiendo hacer una cadena de oración por la salud de su madre, de la que nunca se ha despegado y a la que cada día le demuestra cuan grande es su amor de hijo.