
La JCE regaló a Villa Juana una noche de teatro y una lección de país
La Junta Central Electoral, esa institución que solemos imaginar tras escritorios fríos y papeles con sellos y arbitrando ese tigueraje llamado partidos políticos, un mal necesario para vivir en democracia, se desdobló este sábado en artista y pedagoga. Lo hizo en el corazón palpitante de Villa Juana, en el Centro Cultural Narciso González, donde presentó una obra de teatro que no solo deleitó al público, sino que lo educó con dulzura sobre un cáncer social que lacera silenciosamente: la violencia contra la mujer.
Llegué sin prisa y sin grandes expectativas, a eso de las 5:40 de la tarde, con la vaga intención de reencontrarme con algunos compañeros de maestría. Pero apenas crucé el umbral del edificio, fui recibido como si viniera con pasaporte diplomático. Cada visitante era saludado con una sonrisa de ceremonia, con esa cortesía que hace sentir embajador hasta al más humilde vecino del barrio. Sentí, sin quererlo, que algo distinto iba a ocurrir esa noche.
La obra se titulaba Una historia: la de Eumidio, violencia contra la mujer, escrita nada menos que por el magistrado Román Jáquez Liranzo. Confieso que el título no me sedujo al principio; pensé que sería otro guion moralista con tono de sermón. Pero la vida —como los buenos cuentos— siempre guarda sorpresas. Lo que vi sobre el escenario fue una historia viva, emocionante, que no solo enseñaba, sino que sacudía conciencias y tocaba el alma con los dedos de la verdad.
Mientras avanzaba la trama, pensé en aquella Sociedad La Trinitaria que, entre 1838 y 1844, hacía teatro patriótico para despertar el fuego libertador en los corazones dominicanos. Anoche, casi dos siglos después, la Junta Central Electoral retomó ese viejo arte de educar entreteniendo, y lo hizo con una elegancia conmovedora. Muchos salieron del auditorio no solo con lágrimas secas en las mejillas, sino también con un nuevo respeto por los jóvenes que, ayer y hoy, han usado las tablas del teatro para hacer patria.
La obra no solo habló del maltrato físico o del acoso laboral. Se atrevió también a señalar esa violencia sutil que se siembra desde casa, cuando una madre enseña sin saberlo que el varón debe mandar y la mujer obedecer. Se habló del machismo como herencia, como costumbre, como carga. Y el público —compuesto por abuelas, adolescentes, vecinos y funcionarios— reía, lloraba, y sobre todo, reflexionaba.
Más que mil charlas o campañas institucionales, esta obra logró lo esencial; que el mensaje entrara por el corazón y no solo por los oídos.
La dirección teatral de Madeline Abreu fue simplemente sublime. Esa joven directora no tiene nada que envidiar a los maestros de Broadway. Su ritmo, su manejo del espacio, su capacidad de transformar un guion en un vendaval de emociones, fue digno de ovación. Y el elenco… qué elenco. Andy Marte, Brenda Santamaría, Ingrid Paulino, Alicia Castro, Aneudy de León, Luis Bienvenido, Edra Herrera, Geraldo Aquino, y otros tantos cuyo talento merece líneas propias, dieron vida a una obra que no se olvida.
Mi única queja, si cabe, es que esta joya no haya salido aún de las fronteras del Distrito. Ojalá el Estado y las empresas privadas entiendan lo urgente y necesario que es patrocinarla, para que llegue a cada rincón del país, desde Dajabón hasta La Altagracia.
Porque cuando el teatro se hace con el alma, puede más que cien decretos. Porque una función como la del sábado no solo cambia una noche: cambia una vida.