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¿Podría haber otro ex presidente tras las rejas?

Por Carlos Rodríguez
La situación política de la República Dominicana en 2024 ha dejado una estela de inquietudes que no podemos pasar por alto. Las acciones del gobierno de Luis Abinader, en su búsqueda desesperada por mantener el poder, han mostrado un patrón que recuerda a épocas sombrías de nuestra historia, donde la corrupción era el pan de cada día.

El ex presidente Joaquín Balaguer solía afirmar que la corrupción se detenía en la puerta de su despacho, mientras que muchos ex presidentes, irónicamente, parecían disfrutar de un café con ella. Hoy, esa misma percepción con el de impunidad con el PRM gobernando con su complicidad sigue latente, como un fantasma que se niega a desaparecer que fácil es desdecirse . Las recientes elecciones de este mismo año han dejado al descubierto una realidad inquietante: la dinerocracia ha tomado las riendas del poder, y la ética política se ha convertido en un concepto obsoleto.

Las maniobras del oficialismo, como la cooptación de alcaldes y funcionarios de la oposición despilfarro de recursos públicos , no fueron solo estrategias electorales; fueron actos de deslealtad a la ciudadanía y la democracia misma, evidenciando que el poder se ha transformado en un fin en sí mismo. La promesa de un cambio significativo se ha desvanecido, y en su lugar, se ha alzado un sistema donde el clientelismo y la manipulación electoral son la norma.

Las obras públicas, que deberían ser un símbolo del compromiso gubernamental con el bienestar social, quedaron a medio hacer, mientras se desviaban recursos a programas sociales que se convirtieron en herramientas de compra de votos. La evasión fiscal sigue siendo una herida abierta, y el discurso de combate a la corrupción se ha diluido en la inacción y el silencio cómplice.

En este contexto, la pregunta que nos atormenta es: ¿qué futuro le espera a un país donde la ética se ha vuelto un lujo y donde el poder se perpetúa a través de prácticas cuestionables? La historia nos ha enseñado que la impunidad tiene un precio. Si la situación no cambia, podríamos estar ante la posibilidad de ver a otro ex presidente enfrentando la justicia, y esta vez, no como un mero espectador, sino como un actor en una trama que todos conocemos demasiado bien.

La respuesta está en nuestras manos: la exigencia de transparencia que ya se hace un eco en todos los medios y la rendición de cuentas debe resonar con fuerza en cada rincón del país. La verdadera democracia no se construye a base de dádivas, sino de principios firmes y un compromiso inquebrantable con la fiscalización con la justicia.

Es hora de despertar y cuestionar lo que no cuadra. La integridad de nuestro sistema político y la mejora de la calidad de vida de nuestros ciudadanos dependen de ello. La lucha por un futuro mejor comienza ahora, y cada uno de nosotros tiene un papel crucial que desempeñar.

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