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La Parábola de los Tres Poderes y la Costa del Faro

Por Milton Olivo
En una tierra no muy lejana, existía un hermoso jardín llamado Costa del Faro. Era un jardín vasto, lleno de senderos, árboles frutales, fuentes y flores de todos los colores y un inmenso y bello malecón. Tres grandes guardianes lo cuidaban: El Jardinero Mayor, El Cuidador Local, y La Mano del Pueblo. Cada uno tenía un rol.

El Jardinero, desde su alta torre, trazaba los grandes planes: dónde plantar los árboles, cómo regar los campos, qué nuevas especies traer, etc.. Tenía muchos recursos.

El Cuidador Local vivía al borde del jardín. Era quien atendía las urgencias, reparaba los caminos, limpiaba las fuentes y hablaba con los visitantes. Sin embargo, sus herramientas eran pocas, y su taller, muchas veces vacío.

Y estaba La Mano del Pueblo: miles de manos invisibles que, cada día, caminaban por el jardín. Con el tiempo, el jardín comenzó a mostrar señales de desgaste. Las fuentes se tapaban, los árboles se secaban, los desechos se acumulaban.

Los tres guardianes se reunieron

El Jardinero Mayo dijo:
— Yo trazo los planes, pero no puedo estar en cada rincón.

El Cuidador Local agregó
— Yo limpio y reparo con lo poco que tengo.

Fue entonces cuando el sabio del lugar, un pastor llamado Dio Astacio, se levantó y dijo con voz clara:

— El jardín es de todos, pero florece o se marchita según lo que haga La Mano del Pueblo. No basta con tener un Jardinero sabio ni un Cuidador dedicado. Si las manos que caminan por este jardín no respetan sus flores ni limpian su paso, nada pueden hacer ni el jardinero, ni el cuidador local.

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Los presentes murmuraron entre sí. Algunos se indignaron:
— ¿Nosotros culpables? ¡Pero no somos los guardianes!

Y el sabio respondió:

— No se trata de culpa, sino de conciencia. El poder más grande no está en la torre del Jardinero ni en el taller del Cuidador. Está en cada mano que decide no lanzar una botella plástica al piso que luego tapa los sistemas de drenaje, en cada pie que no pisa una flor, en cada alma que comprende que el jardín es suyo también.

Desde aquel día, algo cambió. De forma creciente, los habitantes dejaron de tirar basura en las calles, comenzaron a barrer su propio frene, a defender su entorno de los males ejecutados por otros, a asumir como propio, no solo su entorno, sino su barrio y su ciudad.

No porque el Jardinero lo ordenara.
No porque el Cuidador lo reparará.

Sino porque la conciencia del Pueblo despertó, y recordó que el verdadero poder no es el que manda, ni el que gestiona, sino el que actúa con responsabilidad cada día.

Moraleja:

El poder más transformador no es el que ocupa un cargo, sino el que habita en la conducta de cada ciudadano. Solo cuando el pueblo asume su papel como cuidador de lo común, los otros poderes pueden cumplir su rol con eficacia.

PD: De la propuesta ideológica de “Los tres poderes” del Pastor Dio Astacio. Donde el Jardinero, es el Poder Ejecutivo, el Cuidador es el Alcalde, y la Mano del Pueblo, se refiere a los ciudadanos.

El autor es escritor y analista político.

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