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Pasamos una triste Navidad: o fue un desastre gubernamental

Por Carlos Rodríguez
La Navidad, un tiempo de celebración y esperanza, ha sido oscurecida por un sombrío panorama en la República Dominicana. A pesar de la expectativa de unas festividades tranquilas, los accidentes de tráfico y la intoxicación han dejado un saldo trágico que pone en jaque la gestión del gobierno de Luis Abinader. Con 42 muertes relacionadas con accidentes de tránsito y intoxicaciones durante el feriado, superando  el número  de el año anterior, es evidente que las promesas de seguridad se han quedado en palabras vacías.

El general Luis Manuel Méndez, al frente del Centro de Operaciones de Emergencia (COE), expresó su frustración al ver que las metas de seguridad no se cumplieron. Con 262 accidentes y 206 motoristas involucrados, la cifra de fallecimientos es alarmante, y refleja un fracaso rotundo en el control del motoconchismo irresponsable. Este fenómeno, que ha escalado hasta convertirse en una fuerza política, ha demostrado que el gobierno no ha podido imponer regulaciones básicas como el uso de cascos protectores ni frenar la cultura de viajar en motocicleta sin precauciones adecuadas.

La intoxicación de 90 menores durante las celebraciones, en un contexto donde el alcohol parece ser el protagonista, es un claro indicio de que estamos educando a nuestros niños en el consumo de bebidas alcohólicas en lugar de fomentar el estudio y el desarrollo personal. La percepción de que los dominicanos son un pueblo alcoholizado se hace más fuerte, y la falta de acciones efectivas para revertir esto es un golpe directo a nuestra sociedad.

El director de la DIGESETT, Francisco Osoria de la Cruz, se declaró impotente para limitar el horario de las motocicletas, argumentando que no es una cuestión que le compete a la institución. Sin embargo, en un país donde los motoristas gozan de un estatus casi intocable, la falta de acción del gobierno es aún más preocupante. La celebración del «Día del Motoconchista» es solo un ejemplo de cómo se ha normalizado una cultura que pone en riesgo la vida de muchos.

Con las elecciones de 2028 aún lejos, ahora es el momento de tomar medidas serias. Se debe imponer un seguro obligatorio para motocicletas, exigir el uso de cascos para todos los ocupantes y prohibir la circulación de estos vehículos por las aceras, donde se ha convertido en una mala práctica. Las muertes ocurridas durante el feriado pasado no solo manchan la imagen del gobierno, sino que también cuestionan el respeto a los derechos humanos en un país que se jacta de tener una democracia funcional.

A medida que el país avanza hacia el cuarto de siglo, debemos reflexionar sobre los logros y los fracasos. La modernidad y el desarrollo urbano que se exhiben en las principales ciudades del país contrastan con los rezagos en servicios básicos como el agua y la energía eléctrica. La miseria persiste al lado de la opulencia, y los vicios policiales y la delincuencia siguen siendo monstruos que devoran la vida de los ciudadanos.

La tristeza de la Navidad de este año no se debe solo a los accidentes y las muertes, sino a la profunda desconexión entre un gobierno que parece desbordado y una población que clama por soluciones. La «Brisita Navideña» se convierte en un eco de promesas incumplidas y de un sistema que no protege a sus ciudadanos. La pregunta que queda es: ¿podrá el gobierno de Luis Abinader enderezar el rumbo en los años venideros, o continuará sumido en el caos y la insensibilidad? La esperanza es que, al igual que el nacimiento del niño Jesús, podamos renacer en un futuro donde la vida y la seguridad de los dominicanos sean la prioridad.

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