Opiniones

Mitos y realidades del ciberespacio como nuevo campo de batalla: La transformación del delito tradicional hacia la cibercriminalidad

Por Juan Antonio Mateo 
El ciberespacio actualmente se ha vuelto un campo de batalla para actores estatales, organizaciones criminales y ciudadanos comunes. En este artículo, analizaré cómo se han conformado algunos mitos alrededor del ciberespacio como un escenario de guerra moderna, así como también las realidades con las cuales nos enfrentamos actualmente debido a la mutación que ha tenido el delito común para adaptarse a un mundo digital cada vez más complejo.

Adicionalmente, examinaré la percepción social del riesgo y los desafíos para los sistemas de seguridad y justicia en el siglo XXI. Por décadas, la delincuencia tuvo un rostro visible o físico, delitos como robos, fraudes, extorsiones, asesinatos eran materializados en espacios físicos que podíamos tocar. No obstante, la rápida innovación tecnológica ha mudado muchas de esas amenazas a un espacio no material, y a menudo intangible, mas siempre presente: el ciberespacio. En esta nueva, y deslumbrante, escena delictiva, las fronteras nacionales se desdibujan, los delincuentes pueden actuar indistintamente a sus víctimas desde cualquier lugar del planeta y, después, otra vez.

La cibercriminalidad es un fenómeno creciente y uno de los mitos más prevalentes es que los delitos informáticos no están vinculados a las actividades delictivas tradicionales. De hecho, no se ha producido un cambio en la sustancia del crimen per se, sino solo en el medio utilizado para cometerlo. Por ejemplo, se ha estado cometiendo estafa desde los inicios del comercio, sin embargo, se manifiesta en correos electrónicos fraudulentos, ofertas engañosas de redes sociales o suplantación de identidad digital.

En otras palabras, la cibercriminalidad surge a partir del deseo natural del crimen de acomodarse a las características de las condiciones tecnológicas modernas. El oportunismo criminal es idéntico; lo que difiere es la infraestructura. Al respecto, “Brenner y Clarke descubren que el proceso de la digitalización convierte las delincuencias de siempre en delinquir sumamente elaborado, ejecutar mediante un solo aparato como un móvil”.

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Asimismo, el ciberespacio no es peligroso si no está verde en tecnología. La percepción de que solo los platónicos de la web pueden sufrir una infracción digital es errónea. Dicho en sencillo, el ciberespacio es un campo de batalla en el que todos los ciudadanos son objetivos. El factor gritón es el individuo y no su familiaridad con la tecnología. No se requiere ser pésimo engañado para ser engañado: expertos, académicos, servidores públicos, techumbres y expertos en materia han caído en verídicas campañas de ingeniería social que explotan el pánico, la curiosidad o la necesidad de socorro.

Por lo tanto, la ciberdelincuencia no va según la educación, la fortuna o la información. En digital sin límites, todos están definidos. Aunque existen actores altamente calificados, incluidos grupos patrocinados por Estados, la mayoría de los ciberdelincuentes usan herramientas disponibles en el mercado negro digital, descargan programas maliciosos ya configurados o compran servicios de ataques listos para usar.

Igualmente, la criminalidad digital se ha industrializado, democratizando el acceso a técnicas que antes requerían conocimientos avanzados. Como escriben Holt et al. “El ecosistema criminal digital ha evolucionado hacia una economía clandestina que permite que individuos con poca o ninguna habilidad técnica participen en actividades ilícitas a gran escala”. Teniendo en cuenta la Realidad 1: la cibercriminalidad es un negocio global y altamente rentable; por esta razón, por la que los crímenes tradicionales han dado paso a la cibercriminalidad, es, en gran parte, la rentabilidad. Un ataque exitoso les permitiría obtener miles o millones de dólares en minutos. Además, el riesgo de ser arrestado es relativamente bajo.

En este contexto, el ransomware ha pasado de ser una amenaza esporádica a una industria criminal bien organizada con estructuras jerárquicas y plataformas especializadas. Las organizaciones sin métodos adecuados de copia de seguridad y defensa cibernética pueden ser no operativas durante días, semanas e incluso meses. También, dada la falta de fronteras físicas y la posibilidad de operar desde países donde la cooperación internacional es débil, la investigación y el castigo son aún más difíciles.

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Asimismo, la criminalidad digital es una “economía de escala transnacional”. Reflexionando en la Realidad 2: El verdadero campo de batalla del ciberespacio no está relacionado únicamente con sistemas informáticos, sino con la mente de las personas. La ingeniería social es utilizada para la mayoría de los ataques. Los criminales explotan la “debilidad” de los humanos: sus emociones. Los bandidos abusan de la confianza, el miedo, la esperanza y la desesperación.

Por ello, los mensajes que pretenden ser de instituciones bancarias, los enlaces que ofrecen atractivas ofertas o los correos electrónicos que generan pánico financiero responden, en última instancia, a la vulnerabilidad emocional a la que apega el delito humano mucho más que a la tecnológica. Entonces surge el estudio de la Realidad 3: La cibercriminalidad entra en la vida cotidiana del ciberespacio; en sí misma sigue siendo invisible, pero sus efectos se vuelven más tangibles. La fascinación por el ciberespacio se basa en las falsas afirmaciones de que no tiene nada que ver con la vida cotidiana. La cuarta realidad demuestra hasta qué punto este supuesto es falso.

La migración del delito al ámbito digital no es más que un proceso lógico de adaptación relacionado con la evolución tecnológica y la creciente dependencia de la sociedad respecto de plataformas y sistemas conectados. En la medida en que la vida digital incorpora nuevas herramientas alrededor de la vida diaria, el crimen se adapta y encuentra vías más eficientes de operación. Dicha transformación se visualiza en la primera eliminación del contacto físico, de manera que el agresor puede operar sin necesariamente exponerse a su víctima, reduciendo sus riesgos e incrementando la capacidad de anonimato.

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Posteriormente, la automatización del delito ya constituye una discusión distinta, pues el crimen se puede cometer masivamente por medio de un software dañino que se replica y actúa a ritmo de escala con un soporte mínimo de una inteligencia humana. El uso de criptomonedas constituye una forma crucial al permitir el anonimato financiero y obstaculizar la capacidad de rastrear transacciones delictivas y sus responsables. La deslocalización geográfica suma un factor crítico de dificultad a la persecución penal, dado que los criminales actúan desde múltiples jurisdicciones simultáneamente.

Además, la creación de identidades digitales a través de la suplantación, la manipulación de los datos y la ingeniería social obstaculiza la claridad y la trazabilidad, solidificando un espacio donde el crimen se replica y los responsables se esconden detrás de capas de anonimato. En la medida, estos elementos ilustran cómo el delito tradicional no es más que un delito en el ciberespacio.

Definitivamente, el ciberespacio es el nuevo campo de batalla de la criminalidad moderna. Para poder actuar en él, sin embargo, será necesario despejar algunos mitos y establecer algunas realidades. El crimen no ha cambiado en esencia: sigue siendo humano, oportunista y adaptable. Lo que ha cambiado es el campo por el que se despeñan. Será necesario considerar la educación para la prevención, la cooperación internacional, el fortalecimiento institucional y la construcción de una conciencia ciudadana para poder enfrentar efectivamente un fenómeno que continuará su transformación a través de la palanca de transformación digital.

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