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La privatización de las organizaciones políticas en el país

Por Freddy González

Así cómo en el país el camino de la llamada acumulación originaria siguió un sendero paralelo y distinto al tradicional recorrido que han tenido los principales países capitalistas, por incursión de políticos corruptos que van desde Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Leónidas Trujillo Molina y después de ellos decenas de politicastros que han usado el poder para enriquecerse, de esa misma manera ha devenido la naturaleza y accionar de nuestras organizaciones políticas.

Ya hemos señalado cómo al interior de las principales organizaciones políticas del país se han formado corporaciones económicas que han sido aliadas y competidoras a vez de los principales grupos económicos de la nación.

Hemos visto cómo desde la actividad política se ha venido realizando la mayor movilidad social de nuestra historia y nos encontramos que cualquier persona de los estratos más empobrecidos de la estructura de clases, sin otro mérito que haber sido funcionario gubernamental, hoy es un potentado que compite en riqueza y lujos con una burguesía tradicional que lo tolera, pero lo  detesta. Ni por asomo lo asimila.

Es esa clase de políticos y nuevos ricos, la que hoy ha cambiado la esencia fundamental de la mayoría de nuestras organizaciones políticas.

Es cierto que las organizaciones políticas del país son entidades creadas a instancias privadas como lo establece la Ley 33-18 sobre Partidos, Agrupaciones  y Movimientos, pero al ejercer funciones públicas y recibir fondos del erario nacional tienen que ajustarse a los procedimientos que establecen las leyes que rigen la materia.

El art. 216 de nuestro ordenamiento jurídico, a la vez que constitucionaliza nuestras entidades políticas, establece sus funciones, separándolo del accionar privado de individuos o grupos corporativos.

La desaparición de los tres grandes líderes de la segunda mitad del siglo pasado, que gravitaron después del ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina, cada uno con una concepción diferente del quehacer político, e influyendo en sectores determinados, dejaron al país sin reales y auténticos conductores políticos en los sectores liberales y conservadores.

Joaquín Antonio Balaguer Ricardo cargó con la herencia del trujillismo al que sirvió a lo largo y ancho de esa tenebrosa era, representante de los sectores conservadores y oligárquicos del país.
Juan Emilio Bosch y Gaviño, pensador liberal, cuyo liderazgo influyó en las clases medias del país.

José Francisco Peña Gómez, de origen humilde, demócrata a carta cabal, fue el más grande líder de masas de toda nuestra historia republicana.

Los tres eran líderes de sus respectivos partidos (PRSC, PLD Y PRD), ninguno era  representante de grupos corporativos económicos; por el contrario, muchos de esos grupos tuvieron que plegarse a sus ideas por afinidad o intereses.

Sus muertes en cadena en un lapso de cuatro años (Peña 1998, Bosch 2001 y Balaguer 2002), dejaron al país sin líderes, porque ninguno trabajó para un relevo armonioso y sin traumas, y el trujillismo donde el Generalísimo era el dueño del Partido Dominicano, ha vuelto a resurgir en nuestras organizaciones grandes y pequeñas.

En la actualidad nuestros partidos no tienen líderes, no tienen ideología, no tienen vocación de servicios, son entidades con dueños de forma individual o pertenecen a corporaciones y grupos económicos.

Los partidos no tienen militantes, tienen listas de inscriptos de todos los colores sin ninguna identidad ni política ni ideológica, donde muchos ni saben que fueron incluidos, apareciendo los mismos en dos y hasta en tres organizaciones políticas diferentes.

Esa es la razón de que de un padrón, que según la Junta Central Electoral (JCE) tiene un poco más de ocho millones de ciudadanos con derecho a ejercer el sufragio, los tres principales partidos dicen tener  en sus filas más de siete millones de afiliados, lo que significa un 88% de los inscritos.

Hoy las lealtades se compran y las traiciones se pagan, el clientelismo es la norma y el famoso: «¿Qué hay pa’ mí?», y «lo mío alante» es el denominador común en todas nuestras organizaciones.

Hemos jodido la actividad política, la llamada «logística» es la palabra clave para las bases de los partidos cobren por anticipado a los dueños de los mismos su “trabajo político”, temerosos de que al final no se les reconozca su esfuerzo en el logro de la victoria.

Para los dueños de los partidos sus «compañeros» son simples trabajadores del quehacer partidario a los que se le paga por anticipado o con remuneraciones insignificantes.

Así está nuestro sistema de partidos, los grandes, dirigidos por cooperaciones, por predestinados, y los menos grandes por dinastía familiares donde los padres se aseguran que sus hijos los hereden.

La actividad política en gran medida ha devenido en un negocio lucrativo que ha servido de acumulación originaria y de movilidad social, lo que explica la existencia de 42 partidos, agrupaciones y movimientos reconocidos por el órgano regulador de la existencia y las actividades de los mismos, así como el rechazo de unas cien que pretendían obtener su reconocimiento.

La democracia y los partidos son consustanciales, no pueden existir la una sin los otros. Una democracia sólida y estable requiere de organizaciones de iguales condiciones.

Si dejamos que las entidades políticas del país sigan por ese derrotero estaremos creando las condiciones para la sepultura de la insípida, y descolorida democracia que con mucho sacrificio y sangre conseguimos y que hoy vivimos los dominicanos.

Sin verdaderos partidos no habrá democracia verdadera. Lo demás es mueca, simulación y engaño.

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