Por Juan Cruz Triffolio
En pocas ocasiones se ha registrado la definición de un género musical con el sentimiento, la brillantez, el sentimiento y la profundidad con que lo hizo el acucioso y laureado novelista, ensayista y costumbrista don Marcio Veloz Maggiolo.
El connotado investigador se crece y nos transporta a una fascinante realidad cuando sin desperdicios y alejado del cuestionable rebuscamiento inútil y pesaroso, nos ofrece uno de los más terminados y convincentes retratos verbales sobre la expresión artística conocida como el bolero.
Con palabras llanas y su singular estilo de narración, Veloz Maggiolo resalta como una especie de convocatoria del recuerdo, en el abordaje de los diversos vericuetos del arte popular y los laberintos de Villa Francisca, que el bolero, específicamente el de cabaret de los cincuenta, el cual define como un canto épico en el que se declaraban todas las inconsecuencias del ser querido.
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Deja al desnudo que en esa creación artística hay una justificación del amor y que en su contenido el sentimiento no se analiza intelectualmente, menos cuando “…estamos a media luz y el corazón late con otro sonar que no es el de la bomba que hace regar la sangre, sino el de una caja musical proclive a las pasiones”.
Recuerda el exquisito novelista, oriundo de Villa Francisca, como asombrosa verdad de Perogrullo que, en sus letras, el bolero transforma la pobre cabaretera, muchas veces incomprendida, en una aventurera, no de un sólo verano, que tal peregrina deambula por los mares del champagne y del dolor, además de ser piedra peregrina que va detrás de un nuevo sol.
Y tiene que ser de esa manera porque en la bolerística, tal como lo advierte el intelectual en referencia, prevalece una justificación del amor “pasando por alto la vida licenciosa de la descarriada”.
Advierte que el bolero, en ocasiones, se torna cursi porque es un camino que posibilita llegar a incursionar en el corazón de la gente que se hace simple y se desvanece cuando suenan las notas de una canción que toca sus sentimientos primariamente.
Conforme a la anterior apreciación, quizás tenga razón el gran Boby Capó cuando volando su imaginación por el firmamento de la composición del bolero de corte nocturnal aseguró: “Mi amor nació del alma y nunca morirá” y al igual que Federico Baena cuando, en una de sus exitosas creaciones, se autodefine como “un pobre vagabundo sin hogar y si fortuna” quien no esconde: “me emborracho porque llevo en el alma una tragedia”.
Algo similar ocurre con las depuradas letras del versátil y prolífico José Antonio Rodríguez cuando en voz del extrovertido Sergio Vargas, en su poesía convertida en canción, titulada Como Un Bolero, se le escucha resaltar que sus violines se derraman en el alma del ser amado.
Diríamos que son motivos afines a los que también motivaron al inmenso y renombrado Mario De Jesús, compositor dominicano de dimensión internacional, escribir el tema Ese Bolero es Mío, donde al insuperable Bolerista de América, Felipe Pirela, en varias de sus estrofas, se le escucha expresar: