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Dignidad: desde antes del nacimiento y hasta la eternidad

Por Emilia Santos Frias
“Cualquier persona o institución que trate de despojarme de mi dignidad, fracasará”, enfatizaba el insigne Nelson Mandela. Cuando la identificamos, conocemos y accionamos, no permitimos que se nos reduzca o avasalle; afrontamos con tesón y respeto; con orgullo positivo; cabeza en alto, que en síntesis es amor propio, todos los obstáculos que se nos presenta en la vida.

Todos los seres humanos somos iguales en derechos; en dignidad, desde el agricultor hasta el intelectual más versado. No importa el estatus social. Esto así, porque, la dignidad es el valor, la cualidad que tenemos todas y todos de ser responsables y respetuosos consigo mismo y los demás, sin permitir jamás, atropello.

Es incluso definida como una virtud, por tanto, implica otros valores como la honradez, honestidad, integridad, moralidad…, y optimiza los demás derechos humanos, incluyendo salud, educación, paz y la libertad. La dignidad no tiene precio, solía decir el Premio Nobel de Literatura, José Saramago. El Papa Francisco corrobora que esta es invaluable y vale más que todas las cosas. Como es bien sabido ¡no es negociable, y no importa que puedan arrebatarnos, procuremos que nunca sea nuestra dignidad!

Vivir con decoro como hicieron nuestro padres y madres de la patria; abrazados a un derecho fundamental, sagrado, innata e inviolable, como indica nuestra Carta Magna en su artículo 38, que, además, asegura que nuestro Estado se fundamenta en el respeto a la dignidad de la persona. También, enfatiza: “…su respeto y protección constituyen una responsabilidad esencial de los poderes públicos.

Constituciones de otros países como Costa Rica establecen que toda persona es igual ante la ley y que no podrá practicarse discriminación alguna contraria a la dignidad humana. En Colombia se le considera un derecho fundamental autónomo; su corte determinó que la dignidad humana, “equivale al merecimiento de un trato especial que tiene toda persona por el hecho de ser tal; y a la facultad que tiene de exigir de los demás un trato acorde con su condición humana”.

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Expresado en el artículo 10.1 de la Constitución española, se le considera, “fundamento del orden político y de la paz social”. José María Porras Ramírez, de la Universidad de Granada, España, considera la dignidad de las personas, como un derecho inviolable e inherente, que envuelve el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás.

La Declaración Universal de Derechos Humanos, plantea en sus artículos 1 y 7: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. En su artículo 5, recalca que, Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.

La Convención Americana sobre Derechos Humanos o Pacto de San José Costa Rica, subraya que toda persona tiene derecho al respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad. Por tanto, nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su familia, en su domicilio o en su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra o reputación.

Este derecho humano es considerado por la Revista de Derecho de la Universidad Católica del Norte, de Chile, como “el mínimum invulnerable que todo ordenamiento y operador jurídico debe asegurar y garantizar, sin que nunca pueda legitimarse un menosprecio del ser humano como persona digna”. Es decir, que no debe ser herido ni menospreciado y está protegido por normas, garantizado por los técnicos de la justicia y el bien hacer ciudadano.

Por eso, como dijo el padre fundador: Juan Pablo Duarte y Díez: “La Nación está obligada a conservar y proteger por medio de leyes sabias y justas la libertad personal, civil e individual, así como la propiedad y demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”. “La justicia consiste en dar a cada uno lo que en derecho le pertenezca”. ¡Seamos justos, emulen hoy más que nunca sus sabias enseñanzas!

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