 
						Mi Derecho A Filosofar
Por Quilvio Vásquez
Si solo quiero expresar lo que hay dentro de mí, ¿por qué tiene que ser tan difícil? No sé si soy yo, o si el «yo» de los demás se ha adaptado a aceptar la tradición de otros. Sin embargo, trato de pensar y expresarme. A veces creo que ni yo mismo entiendo completamente mi filosofía. Mi filosofía podría ser simplemente mi forma única de ver el mundo, sin la necesidad de adaptarme a las perspectivas de los demás.
Entiendo que hay personas que no comprenden la filosofía y creen que solo las ideas de ciertos filósofos son válidas. Sin embargo, todos tenemos derecho a filosofar y a expresarnos con nuestra propia filosofía. Los filósofos intentan interpretar la realidad, y a estas interpretaciones las llamamos filosofías personales. Lograr que algunos de mis conceptos formen parte de los principios fundamentales de la filosofía, más allá de las teorías de los grandes pensadores, implicaría proponer algo nuevo y someterlo al análisis de los filósofos contemporáneos.
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Aunque algunos podrían señalar que mis ideas no son originales, ya que han sido abordadas por filósofos anteriores, la filosofía es tan vasta que es posible que ningún pensador haya tenido exactamente mi visión del mundo. Hay que recordar que uno de los principios fundamentales de la filosofía establece que podemos pensar lo que queramos sobre un objeto, pero eso no cambia su naturaleza. Leer y comprender en su totalidad artículos y libros nos permite desentrañar los detalles y comprender las razones de los filósofos. Cualquier idea que no conozcamos es, en cierto modo, una filosofía nueva para nosotros. Escuchar y leer las ideas de los demás, por más absurdas que parezcan, nos enseña sobre el pensamiento de quienes las expresan.
El filósofo Jesús de Nazaret dijo a sus seguidores: «El que esté libre de pecado, que lance la primera piedra contra la pecadora». Cada uno de los presentes dejó la piedra y se marchó. En ese momento, el filósofo enseñó que todos somos violadores de la ley, que convivimos con el pecado. Lo que quiso decir es que es natural; llevamos dentro de nosotros la maldad.
Yo creo que este filósofo estaba equivocado. En realidad, es un error fatal enseñar a nuestros niños que nuestra tendencia al mal es algo natural, porque nadie quiere hacer daño, y menos un niño, que aprende lo que le enseñan los mayores. Debemos enseñar filosofía en las escuelas, con la información correcta, sobre que el bien que llevamos dentro es una facultad humana de la conciencia que nos permite actuar con respeto y admiración hacia todas las personas que practican el bien.
Todas las leyes tienden a proteger el bienestar social; son el producto de muchos años de educación a nuestros niños, enseñándoles a rechazar lo que nos hace daño, y ellos crecen con esas costumbres. Pero hay un obstáculo que superar: debemos eliminar de nuestras aulas las enseñanzas cristianas que incitan a callar ante la maldad, porque «todos nacemos pecadores» y «Dios será el juez que te castigará cuando mueras».
Esa educación divinizada, que pretende, mediante amenazas, lograr que el hombre reprima su «tendencia al pecado», es una farsa que engaña al ser humano, ofreciendo el premio de una vida mejor a quienes reprimen la maldad que llevan dentro. Debemos enseñar que la maldad se castiga a través de nuestro juicio moral, y que esta es el resultado de ignorar las costumbres y buenos modales que aprendimos desde niños y que nos enseñaron en nuestra formación humana.
Cualquier niño que sea educado con la dignidad de Sócrates, el filósofo de Atenas, aprenderá que quien hace daño sufre más que quien lo recibe. Un niño educado de esta manera no necesita la amenaza de premios o castigos para ser bueno.
 
				