 
						La brújula perdida
Por Quilvio Vásquez
El vacío filosófico en la educación y la búsqueda de propósito, en un mundo que a menudo se siente a la deriva, sin un norte claro ni un puerto al que llegar, nos encontramos con una inquietante realidad: la progresiva ausencia de la filosofía en la educación moderna. Esta carencia no es trivial; ha contribuido a forjar una sociedad que, aunque saturada de información, parece huérfana de propósito, desprovista de ideologías genuinas y desorientada en la búsqueda de una meta definida. La esencia misma de la existencia humana, la reflexión sobre su significado y su dirección, ha sido relegada, dejando un vacío que a menudo se llena con el eco de pensamientos ajenos.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que el panorama intelectual ofrecía una diversidad de ideas. Los grandes pensadores de la historia, con sus visiones audaces y sus propuestas para un mejor sistema social, despertaron nuestro asombro y nos invitaban a la comparación, a la reflexión. Sin embargo, incluso en ese entonces, y lamentablemente hasta el día de hoy, carecemos de la preparación filosófica necesaria para navegar este vasto océano de ideologías. Las ideologías, en su esencia, son construcciones que nos inducen a creer que otros, con un carácter superior, han pensado por nosotros. Se nos presentan como opciones binarias, como caminos preestablecidos, y rara vez se nos anima a considerar que, desde nuestra propia realidad, podemos forjar una senda única, nuestro propio camino.
Las ideologías, en su mayoría, han sido impuestas desde afuera, moldes prefabricados para estructurar la sociedad. En la actualidad, podemos identificar cuatro sistemas sociales predominantes que representan el consenso de las ideologías que han configurado nuestro mundo.
Un viaje por los sistemas sociales: de la divinidad a la globalización
El recorrido por la historia de la organización social nos revela distintas respuestas a la pregunta fundamental de cómo debemos vivir y convivir.
1. La Monarquía Teocrática: el mandato divino
El primero de estos sistemas, y el más antiguo, es la Monarquía Teocrática. En este modelo, la elección de la casta gobernante no emana de la voluntad popular, sino de una deidad. Una familia específica es designada para representar la voluntad divina, y su poder es absoluto, sometiendo a los ciudadanos a la obediencia de esta deidad. La sucesión es hereditaria, limitando el liderazgo a hijos o hermanos, y perpetuando el linaje real como la única fuente legítima de poder.
2. La Democracia: la voz del pueblo
En contraste, el Sistema Democrático se erige sobre el principio de la libertad de elegir y ser electo mediante la aprobación de la mayoría de los ciudadanos. Se concibe como un gobierno «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», donde la soberanía reside en los ciudadanos. Sin embargo, la democracia, en su interacción con el sistema económico, ha dado origen a una de sus formas más prominentes: el capitalismo.
3. El Capitalismo: acumulación y desigualdad
El Capitalismo, una de las formas económicas que emergen de la democracia, se basa en la acumulación de riquezas a través de una relación económica específica entre los dueños del capital y los trabajadores. Aquellos que poseen el capital compran el tiempo de los trabajadores, quienes producen mercancías que luego son vendidas con una ganancia para los empleadores. Aunque teóricamente se postula que los líderes democráticamente elegidos trabajarán para el bienestar de todos, el sistema capitalista puede desvirtuar esta libertad, transformándose en una lucha desigual entre patrones y trabajadores, donde el poder económico a menudo eclipsa la equidad social.
4. El Socialismo y el Comunismo: la búsqueda de la igualdad
En contraposición, el Sistema Socialista plantea un modelo donde se anula la propiedad privada sobre los medios de producción, y es el Estado quien asume la responsabilidad de distribuir el bienestar social equitativamente entre todos los ciudadanos. La meta es reducir las disparidades y asegurar que los recursos beneficien a la colectividad.
La llamada «última fase» del socialismo es el Comunismo, un estado ideal donde se busca alcanzar la anulación de las clases sociales y de la propiedad privada. El comunismo se concibe como un estado de conciencia social, en el que los ciudadanos viven cumpliendo sus deberes al servicio de la comunidad, trascendiendo el interés individual en pos del bien común.
5. El Sistema Globalizado: tecnología y meritocracia (o ilusión)
Finalmente, llegamos al Sistema Globalizado, que a menudo se presenta como el pináculo de la evolución social y económica. Este sistema se caracteriza por la omnipresencia de la tecnología, que supuestamente crea un entorno de oportunidades para todos, permitiendo la movilidad entre clases sociales. Abundan los ejemplos de individuos que, de orígenes humildes, se convierten en «máquinas de producir dólares», o de empresarios encumbrados que sufren caídas estrepitosas, lo que se presenta como una prueba de su meritocracia.
El sistema global, sustentado por la tecnología, se argumenta como el mejor debido a la imposibilidad de vivir aislado de los inmensos beneficios que esta produce. Sin embargo, es crucial examinar si esta aparente «libertad» y «oportunidad» no esconde nuevas formas de imposición o si la filosofía inherente a la tecnología nos acerca o nos aleja de una vida con verdadero propósito.
El reto del futuro: Forjar nuestro propio camino
La verdadera interrogante que persiste es si, inmersos en estos sistemas, hemos desarrollado la capacidad de pensar críticamente, de cuestionar las narrativas dominantes y de forjar nuestra propia ideología, nuestro propio propósito. La ausencia de la filosofía en las aulas no solo nos priva de las herramientas para analizar el mundo, sino que también nos despoja de la habilidad para construir nuestra propia brújula moral e intelectual.
¿Estamos realmente eligiendo libremente nuestro camino, o simplemente seleccionando entre las opciones preestablecidas que se nos presentan, sin haber desarrollado la capacidad de trazar rutas inéditas desde nuestra propia realidad? El desafío no es solo comprender estos sistemas, sino desarrollar la visión y el pensamiento crítico para trascenderlos y construir un futuro más consciente y con verdadero propósito.
 
				