
Tension policiaco-militar, disciplinas, normas, estatutos y el cambio
El match del agente y el General
Por: Valentín Medrano Peña e Ysmael Molina Carrasco
Redes sociales. Medios de comunicaciones. Muchos videos, muchas aristas, muchas opiniones y un Presidente que habla.
La vida militar es una vida dura. Su código procedimental incluye una cadena de mando rígida y vertical. Su jefe supremo, un civil, el Presidente de la República.
En uno de los videos se observa a un General del Ejército de la República Dominicana vestido de civil que es abordado por dos agentes de la Digesett, antigua Autoridad de transporte, por presuntamente haber cometido una leve falta de tránsito. El soldado, fraguado en las barracas, impregnado de la disciplina militar, caldeado y plegado a fieros códigos inquebrantables que incluyen el respeto a los rangos superiores, pero cargado con informaciones de sus inferiores y otros compañeros, de irrespetos a sus condiciones militares, a cargo de otros militares dispuestos en los puntos de chequeos del toque de queda por la pandemia, y de agentes de la policía nacional en diferentes escenarios.
El respeto es algo cada vez más ausente en esta nueva vida, es algo que raya con lo cool de estos días, no es fashionista, no encaja en la cultura de transparencia necesaria para desnudar el alma de todo cuerpo que reciba un centavo del erario.
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Las redes son un manojo de insultantes agresiones, de pornograficas exhibiciones, de críticas maliciosas, de cuestionamientos morbosos. Y de mucha, mucha, mucha y nauseabunda manipulación. Nadie está a salvo proceda correctamente o no, y luego del lastre que se levanta en las mismas y en los medios, lavar la ajada imagen no es sencillo siquiera para el agua bendita.
El oficial era un General, un General de verdad, de los que padecieron los rigores de los cuarteles y batallones y regimientos, de los que creen en que la disciplina cuartelaria es necesaria para mantener las posibilidades de respuestas ante la causa eventual que justifica la existencia de las Fuerzas Armadas. Y ahí estaba, solicitando a un soldado de rango muy inferior respeto al escalafón militar, cuya simple violación siempre, siempre, siempre, será objeto de sanciones.
No concibe, no puede concebir, le resulta inaceptable, que un oficial desoya su obligación de reverenciar a su superior, de respetar la superioridad que se gana en el crisol de años de denuedo y entrega, de batallas y disciplina y recepción y cumplimiento de órdenes, y de disciplina, y de servicios y amaneceres fuera de casa, lejos de la familia desamparada, entregados a la faena y disciplina. Orden y disciplina, y más disciplina.
Si bien la función del agente de la Digesett pudo terminar en una multa para el alto oficial, jamás debía incluir, a cargo del primero, un irrespeto a las órdenes manadas de este superior que no entraran en conflicto con su obligación, ordenes que reposan en todos los manuales, reglamentos y normas militares. En su función, el agente representa y hace cumplir una ley que debe alcanzar a todos, incluso al General, pero conlleva la obligación de ser respetuoso del ciudadano del orden civil, respeto mismo que le es debido a otros militares, sin olvidar que los rigores de la disciplina policial y militar deben estar sumados a lo primero.
Lo que sucedió es inaceptable en el mundo y orden militar. La malsana tergiversación habla de excesos inexistentes. La igualdad que predican no es tal y no puede serlo. La igualdad significa iguales entre sus iguales, que de ser llevada al mundo militar querría decir que todos los sargentos son iguales y entre ellos solo la antigüedad en el rango o la función harían diferencias, y así con los capitanes o los coroneles, pero jamás un teniente será en la vida militar igual a un coronel o un sargento a un general, y de no ser así las Fuerzas Armadas y la Policía no tendrían razón de ser ni posibilidades de cumplir con sus misiones.
La razón de ser de las Fueras Armadas son la seguridad interior y exterior del Estado, y para ello requiere de un orden estricto y rígido y disciplinado que no admite disidencias ni insolencias ni niñerías ni deliberaciones.
A modo correcto, la acción recogida en el video debió tener el siguiente diálogo y desenlace:
“Respetuosamente señor, ha cometido usted una infracción a la ley de tránsito, y vamos a proceder a expedirle una multa, tiene usted derecho, superior, a recurrir la misma de acuerdo con la ley”.
“Muy bien soldado, pero póngase en atención al hablar con un superior”. -“Si señor, si señor”.
“Disponga usted de la multa, cumpla con las órdenes superiores que le han instruido y con la ley, y yo voy a recomendarle una sanción de diez días por violación disciplinaria. Descanse soldado y proceda a llenar el acta de infracción, está es mi licencia de conducir”.
Se expide la multa y se sanciona la indisciplina y el mundo sale ganando.
Pero no fue así y el país perdió. El mismo jefe de Estado se refirió al asunto incrementando el ya bien ganado espacio de irrespeto en las filas militares y policiales que rayan en la insubordinación y que aupan la confrontación. El señor Presidente no estaba obligado a hablar al respecto, pero lo hizo y con ello mandó un mal mensaje, incrementando la ríspidez y rigidez y tensión de las relaciones policíaco-militares. Bajó el valor de los civiles y de los militares, a estos últimos les hizo saber que no son nada si están vestidos de civil, y si un militar no es nada si está vestido de civil, un civil tampoco lo es si está vestido de civil a los ojos policiales.
No era necesario insistimos. ¿A quién se le ocurriría que un ministro o un director o hasta un General se muestre indiferente o displicente ante la presencia del Presidente de la República, aludiendo una ocupación propia de su cumplimiento de la ley?
El asunto parece pueril e insustancial pero no lo es. Los militares se sienten desprotegidos por sus superiores, sobretodo por su comandante en jefe. El orgullo militar está diezmado, desmotivado, y se amerita de una reunión de los altos mandos militares y policiales para aminorar estos males y acrecentar la cultura de paz entre los hombres de armas. Lo dejamos hasta aquí, pero hay miles de aristas y complicaciones posibles y la necesidad latente, nunca más perenne, urgente, de un cambio, de conducta.