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Exhibicionismo sutil por la búsqueda de la felicidad

Por Felipe Castro
La exposición masiva en búsqueda de dinero para alcanzar la felicidad, al estilo del mejor cortesano de un porcentaje excesivamente alto de la población mundial, se ha convertido en un nuevo estilo voraz del mercado capitalista a través de las redes sociales donde el producto final, es la venta de la silueta personal del individuo, llegando al extremo de una orgia de destrucción y una sodomía blanda que a la velocidad que va la democratización de la comunicación llegaremos a la sodomía absoluta, con lo que, se están destruyendo los valores morales.

La búsqueda de la felicidad ha evolucionado a lo largo de la historia, pasando de conceptos antiguos, como la eudaimonía de Aristóteles (vivir una vida virtuosa), a ideas modernas centradas en la autorrealización y la felicidad como un derecho fundamental, tal como se refleja en la Declaración de Independencia de EE. UU, inspirada en John Locke. En la actualidad, se han incorporado disciplinas científicas como la psicología y la neurociencia al estudio de la felicidad, considerando factores internos y externos, y entendiendo que su concepción es dinámica y no una meta estática.

En las redes sociales hay millones de recomendaciones de páginas con un constante bombardeo de recomendaciones que insistan a la vida pornográfica, con rostro de felicidad, sin ningún pudor, invitando al débil a llenar su vacío existencial de alcázar, por esa vía, la felicidad.

El filósofo y sociólogo Zygmunt Bauman, una de las voces más lúcidas en el análisis de la modernidad, dejó una reflexión que hoy resulta más vigente que nunca: ¿por qué, pese a vivir en sociedades cada vez más prósperas, no somos necesariamente más felices? En un fragmento de su ensayo ¿Qué hay de malo en la felicidad?, Bauman plantea una pregunta provocadora: si la felicidad es el bien supremo que todos perseguimos, ¿cómo es posible que su búsqueda haya terminado convirtiéndose en fuente de frustración?

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Para el pensador polaco, la felicidad se ha transformado en un espejismo socialmente aceptado, un ideal inalcanzable que mueve el engranaje del consumo moderno. Vivimos -dice- en una cultura obsesionada con alcanzar el bienestar a través del dinero, convencida de que el crecimiento económico traerá consigo una vida mejor. Sin embargo, Bauman advierte: “La estrategia de hacer feliz a la gente elevando sus ingresos no parece que funcione”.

El argumento se apoya en estudios y análisis sociológicos que demuestran una paradoja: a medida que las sociedades aumentan su nivel de riqueza, los índices de bienestar subjetivo no crecen al mismo ritmo; en algunos casos, incluso disminuyen. El filósofo cita investigaciones de autores como Robert Lane o Richard Layard, quienes comprobaron que, en países como Estados Unidos o Reino Unido, el espectacular incremento de ingresos tras la posguerra no se tradujo en una mayor sensación de felicidad.

Según estos datos, la correlación entre crecimiento económico y felicidad sólo se cumple hasta cierto punto: cuando las necesidades básicas de supervivencia están cubiertas. A partir de ahí, el incremento material deja de generar satisfacción emocional. Es más, Bauman señala que en sociedades donde la abundancia se da por sentada, surgen nuevas formas de malestar: ansiedad, insatisfacción crónica y una creciente sensación de inseguridad.

En lugar de mayor bienestar, la prosperidad parece haber traído consigo otros efectos colaterales. “Lo que sí ha crecido con el aumento del nivel de vida, escribe Bauman es la criminalidad, la corrupción y la sensación de incertidumbre ambiental”. Una paradoja que revela que, aunque poseemos más que nunca, también vivimos más preocupados, más tensos y menos seguros. Su reflexión invita, en última instancia, a repensar el modelo de felicidad que rige nuestras sociedades. Si el dinero no garantiza una vida plena, ¿dónde deberíamos buscar el bienestar? Para Bauman, la respuesta está en mirar más allá del consumo y del éxito económico, y volver a centrar la atención en lo que verdaderamente sostiene la vida en común: las relaciones humanas, el sentido de comunidad y la capacidad de convivir con la incertidumbre sin dejar que esta nos devore.

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Esas reflexiones del ilustre Zygmunt Bauman, me hacen resumir que; a lo que al Ser, le da felicidad aunque sea efímera, paradójicamente es la ausencia de abundancia, es llenar a base de sacrificio las necesidades básicas. La felicidad, es intermitente, es llenar un vacío existencial por un periodo de tiempo relativamente corto.
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